La tenía tan enterrada en la piel, que la mayor parte del tiempo ni la sentía, era esa pus que se retroalimenta hasta volverse inofensiva, pero nunca supuraba. Permanecía allí producto de una perforación profunda, del más común de los accidentes –la más cruel y enfermiza de las intenciones por mi parte- y a la vez el más peligroso de los descuidos. No bastaba con el procedimiento habitual con el que se quita el objeto causante de la infección, pues espinas sí que las hay de todo tipo imaginable.
Era no recordar su existencia hasta el momento de emprender la caminata, de incorporarme rápidamente creyendo que se trataba de algo tan fácil y ordinario. Caminar, simplemente siguiendo hacia adelante, nada más sencillo para cualquiera que esté preparado como es debido y tenga la posibilidad de hacerlo. La operación era sencilla, casi lo mismo que ponerse de pie y balancearse pero con un poco más de esfuerzo y motricidad. Caminar…espalda recta, brazos al costado como si pesaran más que vivir una vida mediocre –ignorando todo lo que nos rodea-, las piernas separadas y luego proceder a adelantar cada pierna dejando atrás a la otra. Ni siquiera había que pensar cómo hacerlo pero indudablemente no podía. Dicho impedimento no se debía a algún tipo de dificultad psicomotriz, no era nada físico, casi nada.
Esa espina, no la dorsal sino la que había infectado tan profundo que no permitía avanzar. Quise intentar sacarla pero otra vez me quedé en el deseo.
No pude encontrar, por más que quisiera, a la persona indicada para poder curar tan incómoda herida.
Aunque era consciente de que con mucho esfuerzo y trabajo podría removerla y así poder mantener el equilibrio y seguir, esperarte era la más masoquista de las opciones y mi única posibilidad, pues la espina llevaba tu nombre. La pus era tu recuerdo, tu olor en mi cuello cuando te abrazaba y se fundía en mí. La profundidad de la espina clavada eran tus ojos, que me daban muerte con esa mirada de poema que no termina. Y sin embargo esos ojos nunca más quisieron matarme ¿Cómo iban a querer hacerlo si fui yo quien lo arruinó todo hasta la médula?
Y la espina sigue ahí, ya no quiero deshacerme de ella. Como verás es todo lo que conservo de aquellos días y al fin de cuentas ¿quién no anda por ahí cargando una espina encima?
tuya, P.G.
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